Según cuenta la leyenda, hubo una vez un príncipe que ansió convertir su Reino
en el lugar soñado por cualquier mortal. Derrochó cantidades ingentes de oro en la
construcción de un precioso y enorme castillo; proporcionó hogares nuevos a sus
súbditos y procuró que nada pudiera estropear aquel pequeño paraíso que había creado
para las cientos de personas que vivían en el Reino de Nerenia.
Sin embargo, la peste no tardó en propagarse y destruyó cuanto se interpuso en
su camino. Sesgó incontables vidas, sumiendo el Reino en un absoluto caos. El príncipe
ya convertido en rey lloró amargamente al contemplar con sus propios ojos la magnitud
del desastre.
Había perdido casi toda su fortuna en la búsqueda de aquel utópico Edén;
tampoco había podido salvar a gran parte de su pueblo.
Una noche decidió encerrarse en su biblioteca; quería aislarse del mundo
exterior porque no tenía el valor suficiente para dar la cara. Allí se sentía tranquilo y
resguardado, como protegido por los brazos de un ser querido. Justo en ese momento
encontró un antiguo volumen escondido bajo el polvo. Había sido el libro que le había
hecho soñar con el Reino ideal.
Solo entonces, con los ojos inundados en lágrimas, comprendió que había
perdido el tiempo al centrarse solo en las apariencias ya que para alcanzar ese
maravilloso elíseo se debían cruzar los amplios puentes que tendía la imaginación a
través de la lectura.