Comenzaba a vislumbrarse algo de luz a través del ventanuco del sótano, cuando Orión
cayó en la cuenta que solo le faltaba algún detalle para culminar su “máquina” y eso le
había absorbido nuevamente día y noche.
Crear con sus propias manos era su sueño de infancia desde que jugaba con los
pequeños bloques, ya entonces pasaba horas y horas sin percatarse de lo que sucedía a
su alrededor y eso hizo de él una persona especial. Su imaginación se transmutaba en
una secuencia de palabras, signos, números e imágenes en su cabeza que traducía
mediante sus manos en objetos de aspecto casi humano.
Luego se dirigía al teclado de su viejo ordenador donde tecleaba apasionadamente. El
ensordecedor ruido del martilleo de las teclas no era para Orión más que una rítmica
melodía que haría posible su
sueño de lograr dar vida a esos objetos.
Este robot era un nuevo reto, más difícil todavía. Disponía de poco tiempo para crearlo
porque tenía que ponerlo a prueba de inmediato. Letras, números, símbolos extraños
recorrían la pantalla al frenético ritmo de sus dedos.
¿Lo consiguió? Efectivamente, sí, estaba contento porque su robot estaba escribiendo
relatos por sí mismo. Quedaba el último reto, que escribiese un relato de 250 palabras.
¿lo conseguiría?
Fijó su atención en lo que hacía y leyó:
“Comenzaba a vislumbrarse algo de luz a través del ventanuco del sótano, cuando
Orión cayó en la cuenta que solo le faltaba algún detalle para culminar su obra y eso le
había…”