Con una desesperación in crescendo dentro de su cuerpo, comenzó a moverse
frenéticamente por toda la casa mientras resoplaba y suspiraba con gran angustia. Temía
seguir en ese estado mientras su teléfono podía sonar en cualquier momento dándole la
nefasta noticia que él no quería oír.
Volvió a recorrer la casa por enésima vez a una velocidad de infarto, se tomó otra taza
de café y miró hacia arriba nada más desplomarse contra el sofá, como en busca de la
salvación divina. Le estaba mirando desde la mesa, ahí estaba, impertérrita, sin vacilar,
con una mirada fría que penetraba su corazón y le hacía sentirse tan intranquilo consigo
mismo. « ¡Ring! », el teléfono suena, lo descuelga, ahí está, su editor preguntando dado
la cercanía de la fecha límite.
Desde la mesa todavía le mira, su vieja máquina de escribir con una hoja vacía de
contenido, que no hace más que acrecentar el síndrome de la hoja en blanco del pobre
novelista.