Camisa azul

Mi abuela no compró jamás una camisa para sí misma después de casarse. Mi abuela solo vestía camisas furtivamente arrebatadas del armario de mi abuelo. 

Cuando la conocí por primera vez vestía una azul con rayas blancas. Una andrajosa camisa azul con rotos en los codos y un remiendo en el cuello. Con un botón verde, porque le gustaba ese color. No verde musgo, ni verde como el del poema, viento o rama. No señor, a mi abuela le gustaba el verde lima, ese que da dolor de cabeza con solo mirar de refilón. Y con esa prenda de vestir salió a recibirnos el día que mi padre decidió hacer las paces con ella porque diez años sin conocer a sus nietos le parecía mucho tiempo. Y lo era. Pero una parte de mí se alegra, conocerla con nueve años de edad me ha permitido guardar el recuerdo de su sonrisa emocionada, sus ojos lacrimosos, su pelo de aspecto plateado al sol y la camisa azul suave al tacto. Y con su olor, envolvente al ser engullida por su abrazo. 

Su último día desechó la bata de hospital en favor de su camisa azul, con algún remiendo más que la primera vez que la vi. 

Y hoy, me despido de ella y mientras el sacerdote recita las palabras de rigor todo lo que veo es el corazón que hace años tejí en el puño de la camisa azul que desde ahora pasará a tener mi olor.