En un mundo cruel no se espera ternura.
Despertó de un mal sueño temeroso en el que la
soledad le arrebataba la ilusión y
hundido en sus lágrimas de
desasosiego llegaba al final más
trágico.
Pablo, un chiquillo indefenso despertaba en todo un
lugar desconocido, excluido, en un humilde orfanato y añorando a unos seres inertes de afecto y amor,
quienes él consideraba “familia”.
Entre sollozos bajaba pausadamente los peldaños y encaramado a la baranda con temor observaba
con timidez a muchachos que aguardaban a
su llegada.
Dispuesto a explorar aceleraba el paso esperando a
que sus nuevos compañeros le consolaran para más tarde encontrar en ellos la ternura
que nunca había hallado; pese a todo, solo recibía de ellos una simple mirada
de amargura.
Desamparado, buscaba refugio en su única
pertenencia, un pequeño peluche despedazado que siempre había sido su gran
compañero.
Alba día y noche se reprimía en su alcoba
horrorizado sobre lo que al otro lado de la puerta le podía acontecer.
Entre la oscuridad de la noche una silueta desveló a
la criatura que estallaba a vocear auxilio, arrimándose a él la silueta le rogó sosiego y encendiendo la luz desveló la
identidad de su rostro. Pablo asombrado
al ver que se trataba de su compañera se calmó y la pequeña se abalanzó a él
fundiéndose en un abrazo de protección eterna.
En un mundo real no se espera ternura de quien su alma
yace en amargura.