Era una gran sala con una decoración exquisita. Un tono solemne, pero no
demasiado sombrío, lo ideal para un funeral como el que se estaba celebrando.
Había personas a donde fuese que mirases, todos con una pena, con sonrisas agridulces
de quienes saben llevar el luto celebrando los recuerdos de la vida del difunto. Sin duda
alguna estaba siendo un funeral de los mejores de todos los que había visto. También se
dieron momentos mucho más emotivos, como cuando mi pobre sobrina poso su mano
derecha en mi pecho y rompió a llorar.
Tras ese rato de velatorio, el cura comenzó con su discurso, uno bastante acertado,
intentando ser profundo pero alejándose del arquetipo de exordio religioso rancio de
antaño.
Definitivamente creo que mi funeral fue uno digno al cual asistir.