Movían los dedos a velocidad de vértigo. Últimamente parecía que casi todo el mundo
podía ser pianista. Sus dedos largos y ágiles los delataban, pero no eran músicos.
Mirada esquiva, párpados casi cerrados y esa ligera inclinación de cabeza, siempre
mirando hacia abajo como buscando algo, mas tampoco eran buscadores de tesoros.
Cientos de palabras por minuto, algunas inéditas, pero no eran escritores. A veces se
les veía esbozar una sonrisa, sin embargo no parecían felices.
Él, incluso parecía haberse quedado sordo, esos enormes donuts negros que llevaba en
las orejas le impedían oír el ruido de los coches, el trino de algún pajarillo perdido.
Absorto en algo importante, su pequeño tesoro tamaño bolsillo reclamaba toda su
atención.
De repente lo sintió. Un leve contacto, una piel suave, una dulce fragancia. Tal fue su
sorpresa que su pequeña mascota electrónica se precipitó contra el suelo. Primero una
mueca de espanto, improperios agolpados en su garganta dispuestos a salir y atacar al
responsable de aquella catástrofe. Alzó la cabeza y se quedó mudo. Al verla lo único
que salió de su boca fue una gran sonrisa. La agarró de la mano y se alejaron charlando,
dejando su Smartphone roto, con las tripas fueras y la pantalla completamente negra.