Una mala noticia

Un grito se ahogó y se fundió en un llanto, un débil sonido como el susurro del viento en una tarde de verano. Sutil fue su sollozo, mientras su mandíbula reprimiendo el pesar se encontraba rígida, inmóvil, estática. Petrificada ante el dolor de una mala noticia, palideció su rostro mas no se produjo ni una sola lagrima de melancolía. 

El aguante era en vano, pues pronto su cuerpo cedió. Se desplomó cual tabique de arena arrasado por las olas del mar. Enmudeció el silencio al escuchar su agónico lamento y entonces resbalaron lágrimas de las que brotó el dolor. 

Frío, silencioso y cruel, como el felino que aguarda la muerte de su presa mientras sostiene en sus fauces la yugular. La envolvió en sombras, una atronadora tormenta de la que no podía escapar. La noche se hizo día y el día volvió a ser noche, pero ella continuaba sumergida en un mar de escasas luces. 

Ni el hambre, ni el frío, ni el cansancio consiguieron desviar su pensamiento. Sus pestañas entumecidas permanecieron abiertas durante horas y sus retinas solo consiguieron probar el sabor de la humedad cuando una lágrima rebosaba por las cuencas. La penumbra en sus ojos era intensa; olvidó quién era, qué hacía, qué era vivir. Olvidó y en sombría soledad quedó acurrucada largo tiempo, un letargo copioso digno de las flores en invierno. 

Lenta pero continua consumió la pena su alma, igual que una pitón, igual que la muerte agitando paciente la guadaña.