Adultez

El silencio reina en su habitación de niña. Estanterías llenas de libros de princesas que son rescatadas por príncipes perfectos. En el escritorio, el monitor de su ordenador muestra varios salvapantallas de grupos de jóvenes idílicos inalcanzables para unas fans que compran sus discos sin dudarlo. 

La persiana está medio echada, apenas unos rayos de luz se cuelan en la penumbra del final de un universo que se derrumba. Peluches de pequeños ángeles se suicidan por el borde de la cama rosa. Fotos de una infancia vivida contempla desde el corcho el réquiem de la pureza. 

En la soledad del cuarto, una niña muda la piel al rey de su existencia. Besos y arrumacos le aceleran la respiración, mientras los juguetes se rompen en un olvido inexorable. Las palabras del joven la embaucan para abrir con sentimiento su tesoro. 

Entre el dolor y el gozo se mece, en una sinrazón que la eleva al cielo y la baja a los infiernos. Deja el mundo de los sueños por el reino de Don Carnal entre gemidos mezclados con lágrimas. 

El éxtasis pudre la esencia que da la bienvenida a la adolescencia, donde no hay lugar para hadas madrinas y amores eternos; lugar donde un error se paga con una nueva vida.