Aprende a valorarte (Categoría Juvenil)

Valórate. Hazlo. Si no lo hacen los demás, tendrás que hacerlo tu, ¿o no? ¿O vale la pena hundirte mas? Creo que no, eres tu la única que te entiendes, la única que sabe como eres realmente, lo que te gusta y lo que odias. Aprende a valorarte. Si no te saben valorar, allá ellos, algún día llegará alguien que si sepa hacerlo, vive la vida y disfruta, que ellos se lo pierden. Tu sabes como eres, sabes que vales mucho; más que ellos, como para estar hundiéndote por alguien o por un comentario de alguien importante. No merece la pena que lo hagas, conseguirás subir sola, ya lo veras, eres fuerte y lo has demostrado varias veces. No importa que te sientas sola, de eso va la vida, caes, pero te vuelves a levantar, disfruta de las pequeñas cosas y aprende a levantarte de cada pozo en el que caes. Es difícil, pero no hay nada fácil. Y muchas veces pierdes o ganas, es así. Por eso mismo valórate, valórate por todas esas personas que no lo hacen, o por todas esas personas que lo hicieron y ahora no están. Aprende a ir paso por paso, caída tras caída. ¿Recuerdas cuando tenías el corazón roto y te sentías vacía pero aún así seguías diciendo que estabas bien con una sonrisa en la cara? Eso quiere decir que eres más fuerte de lo que piensas, por eso mismo, no pierdas las ganas de seguir adelante, que te perderás lo que te queda por vivir, que es toda una vida, sigue, hazlo por mí, por una persona que realmente te quiere ver feliz.

Lee, imagina, crea (Categoría juvenil)

Tocar las páginas viejas de un libro es la mejor sensación que se puede experimentar. Leer esa letra pequeña que antes tenían los libros antiguos y buscar en el diccionario las palabras que no entendemos. Que en los libros de otra época aparezca vocabulario desconocido, vetusto, bello. Que en la primera hoja aparezcan las dedicatorias y la fecha de edición. Que las portadas de los libros estén un poco rotas, las páginas descoloridas, de color sepia y el lomo arrugado y lleno de celo para evitar las roturas. Leer es magnífico, te transporta a otro universo sin moverte de tu cuarto. Un día haces de detective privado, al siguiente de mago y luego de pirata o caballero. Muchas veces te otorgan el papel de héroe y otras el de villano. Lo que más me gusta son los libros viejos que tenía mi abuelo Enrique y que primero se los dio a mi madre y después pasaron de generación hasta la mía. Ojalá todo el mundo tuviera la posibilidad de tocar mis libros viejos. Pero por desgracia no es así. Lee, imagina, crea. Las claves de la felicidad.

La analogía del corazón

Una vez hubo nacido, mamá le enseñó a decir hogar con la misma voz con la que decía te quiero.

Rosa de Cristal

“- Y sabes, había una flor… pequeña; de esas de las que ni siquiera importa el nombre, las que encuentras por casualidad en primavera. No tenía nada especial, salvo que estaba sola. Y fue porque estaba sola que yo me fijé en ella y no en otra. Fue porque desencajaba, porque de alguna manera te obligaba a mirarla. Te exigía atención con un grito hecho de aire, de nada. Y yo la miraba. Cuanto más la miraba más se acercaban mis dedos para poder rozarla, más pensaba en ella. La deseaba, la necesitaba. Tanto… tanto que tuve que cogerla, tenerla entre mis manos. Un segundo. Solo un segundo... 

Y ya no parecía la misma. Y todo mi interés murió con ella, en un último suspiro frustrado. La brisa se llevó sus restos muy lejos, pero ella ya no era ella, y yo… hacía tiempo que me había ido. Y sabes… a veces no puedo evitar preguntarme si todavía llora mi nombre.”

Con los ojos tapados

Ana entró en su casa, dejó la mochila en el suelo y preparó la cena con esmero. Colocó muy bien cada detalle de la mesa. Después esperó impaciente a su marido. 

A los quince minutos Marcos llegó, dio un beso a su mujer y se sentó a cenar sin decir palabra. Ambos se miraban, aunque de forma distinta. Ella, con los ojos aún ilusionados por un encuentro que borrara el silencio. Él, con el pensamiento ausente, miraba esquivo el rostro de Ana. 

Mientras los platos se quedaban vacíos, Ella se convertía en una sombra frente a la indiferencia temerosa de Marcos. Cansada de sentirse invisible, se levantó, sacó una cinta negra de la mochila y fue hacia él. 

-¡¿Qué haces?! –preguntó sorprendido mientras todo desaparecía a su alrededor. 

-Por favor, no te la quites – suplicó ella. Voy a esconderme. Si me encuentras, me quedaré a tu lado. 

En ese instante, una corriente de pánico golpeó su cuerpo desgarbado. Perder a Ana sería perderse así mismo, aunque no lo demostrara. Suspiró con fuerza y empezó a buscarla entre la oscuridad. Caminaba despacio moviendo los brazos de un lado a otro. Recorrió toda la casa sin éxito. Volvió abatido al punto de partida pensando en el dramático final que le esperaba. Al llegar a la mesa, puso su mano con desánimo sobre el mantel y descubrió asombrado la mano de su mujer. La abrazó emocionado y la estrechó como nunca. Podía verla con los ojos tapados

Lluvia de Paz

Tormenta de colores, cantar bajo la lluvia con paraguas rosa y botas de agua hasta las rodillas. Un charco enorme. Y todo comienza a fluir ahora. Chubasquero gris, para que las gotas no calen demasiado. Maquillaje y labios rojos, para abrigar las heridas que un día consentí. Miedo a perder otra vez, pero también a ganar. 

Luego, “La vida es bella”, sofá y manta. Y sentir esa lluvia por todos los rincones de la casa. Estar a salvo. Permanecer a solas, muy quieta. 

La tormenta me despierta y me pongo de nuevo el chubasquero, ese de bolígrafo y papel, ese que hace que nada de lo que pienso cale demasiado; y escribo hasta que escampa y en la tierra se filtra y mi corazón se enfría, muy poco a poco. Como líneas paralelas; igual que aquellas que dibujaba cuando empezaba a aprender que uno más uno pocas veces podía ser igual a dos. Los minutos que me quedan para chasquear los dedos y volver al principio. Para volver a sumar. Para empezar a vivir. 

La guerra de los mosquitos

Cuando salimos al porche para cenar al fresco, no hay menos de media docena de mosquitos esperándonos. Papá les ha declarado la guerra abierta. Armado con un paño de cocina, los va espantando, a la espera de que se posen sobre las paredes blancas. Mi misión es la de estar atento para localizarlos allí. Entonces se levanta sigiloso y dispara su arma-paño. Falla muchas veces. Si nos sobrevuelan muy cerca, recurre a la guerra antiaérea con las palmas de sus manos para aplastarlos al vuelo. Pero ellos son aviadores expertos, y también el número de fracasos es elevado. 

Mamá cree que los atrae la luz, así que nos servimos solo de la del cielo, que va menguando conforme anochece, y alguna vez nos lleva a confundir los alimentos. Cuando terminamos, regresamos a la seguridad del interior de casa con no menos de tres picaduras por barba. 

La guerra parece no tener fin. Papá aplaude a las salamanquesas que a veces aparecen por las paredes; dice que son nuestras aliadas. También se alegra cuando ve algún murciélago por fuera, con su errático vuelo, porque dice que ellos evitan que los mosquitos vengan en tropel. Parece que el alto mando de ellos envía refuerzos cada día para reponer las bajas. Mamá dice que solo cuando llegue el frío se detendrán los ataques. Y yo imagino que somos rusos resistiendo al enemigo a la espera del invierno, y que el Napoleón o Hitler mosquito caerá también derrotado como ellos.