El don

Miró su reloj. Importante: empezar a sonreír antes. Si no, se notaría que era forzado. Era lo que más le costaba. La gente venía y la cargaba con sus penas. Era difícil fingir que le importaba. Tintineó la campanilla y entró un hombre.
-¡Que alegría verte! -disimuló- Toda la mañana me han estado llegando mensajes para ti. Los ángeles te tienen mucho cariño.
-¡Lo necesito! Desde que mi mujer falleció...
-¡Escucha me bien! Nadie lo haría mejor que tú.
-Me quieren quitar a mis hijas.
-Ya lo sé. Su vecina, la abogada de los suegros de él, se lo había contado todo.
-Los ángeles me dicen, que no es por malicia.
Espera, que no les entiendo... Tus suegros quieren un acuerdo. ¡Llámales!
-Pero todo eso con abogados...
-No pienses más en ello. Créeme, los ángeles saben lo que dicen.
-No sé como darte las gracias -era la fase más difícil del negocio.
-Es un don que tengo que usar. Hay tanta gente... Espero tener tiempo para ayudar a todos. Tuve que dejar el trabajo y aún así...
-¡Tu eres como un ángel! -el truco parecía haber funcionado.
El corazón se le aceleró. Todavía no tenía nada en la mano. Pero el hombre ya rebuscaba en sus bolsillos y le dió todo lo que encontró. ¡Bingo!
-Ya sabes lo que pienso... -la voz se le paró de emoción.
-Gracias, muchísimas gracias. -el hombre huyo de la tienda.
-Tan bobo -pensó y esta vez sonrió de verdad estirando los billetes.