La
abuela tuvo la mala pata de caerse y fracturarse el peroné. Está encantada con
el portátil que le hemos regalado para que se entretenga. Dice que aprende
deprisa. Se ha abierto cuenta en Facebook, en Twitter y en varios sitios más.
El otro día encontró a un novio que tuvo de joven en Londres y ahora hablan por
Skype. No ha cambiado nada, me dice, tiene la misma cara de pillastre que tenía.
En cuanto esté bien va a ir a visitarlo. También está aprovechando para
escribir sus memorias, por si acaso.
Él no está allí
El sol de primavera acaricia la hierba, su luz derramándose sobre los campos
de amapolas y de lavanda. Las mariposas han roto sus sarcófagos de hielo, el
estallido resonando en el filo de la mañana. El ciclo de la vida vuelve a su punto de
partida, el despertar, el nacer, el eterno retorno.
Pero él no ve nada de eso.
Dentro estaba oscuro, el aire pesa como los sueños frustrados y los rayos se
esfuerzan en vano por penetrar las persianas de aquella fortaleza autoimpuesta.
La botella sube y baja, las pausas son silencio, el tiempo, soledad. Sube y
baja, el líquido se consume al mismo ritmo que su alma. Sube y baja pero él no está
allí.
Su cuerpo hundido en aquel viejo sofá, su mente anclada en el pasado. La
botella se acaba y ahí se queda mirando el culo vacío.
Pero él no está allí.
Agua con gas
– No me gusta el agua con gas.
– A mí tampoco.
– Una vez compré una botella por equivocación ¿sabes? Estaba en el aeropuerto y la etiqueta estaba en otro idioma así que no me di cuenta.
Un pato entró en el agua. Ella se quedó mirando las ondas. Él continuó hablando.
– No tenía dinero para comprar otra. Me pasé todo el viaje de vuelta agitándola y abriéndola para tratar de desventarla. Visiblemente conseguí quitarle todo el gas pero al probarla seguía teniendo ese regusto extraño.
– Yo tampoco consigo eliminar tu sabor en todas las cosas – interrumpió ella – no importa el tiempo que haya pasado ni las veces que haya agitado mi vida y removido su contenido. Es una putada.
– Sí, es una gran putada. El silencio encarceló sus pensamientos. Suspensión.
– Hacer, deshacer. Hacer y deshacer. ¿Es que nunca nos cansaremos de esto?
– No sabemos hacer otra cosa.
– No creo en el amor. No creo en nosotros.
– ¿Recuerdas cuando decíamos "ahora sí, esta vez será la definitiva"?
Ella no contestó. El estanque llenó la escena. Al poco se levantaron sin apenas mirarse el uno al otro. Juntaron sus manos y se alejaron del banco por aquella senda tantas veces recorrida,
– A mí tampoco.
– Una vez compré una botella por equivocación ¿sabes? Estaba en el aeropuerto y la etiqueta estaba en otro idioma así que no me di cuenta.
Un pato entró en el agua. Ella se quedó mirando las ondas. Él continuó hablando.
– No tenía dinero para comprar otra. Me pasé todo el viaje de vuelta agitándola y abriéndola para tratar de desventarla. Visiblemente conseguí quitarle todo el gas pero al probarla seguía teniendo ese regusto extraño.
– Yo tampoco consigo eliminar tu sabor en todas las cosas – interrumpió ella – no importa el tiempo que haya pasado ni las veces que haya agitado mi vida y removido su contenido. Es una putada.
– Sí, es una gran putada. El silencio encarceló sus pensamientos. Suspensión.
– Hacer, deshacer. Hacer y deshacer. ¿Es que nunca nos cansaremos de esto?
– No sabemos hacer otra cosa.
– No creo en el amor. No creo en nosotros.
– ¿Recuerdas cuando decíamos "ahora sí, esta vez será la definitiva"?
Ella no contestó. El estanque llenó la escena. Al poco se levantaron sin apenas mirarse el uno al otro. Juntaron sus manos y se alejaron del banco por aquella senda tantas veces recorrida,
Por amor al arte
Trabajaba en aquella antigua y vetusta librería desde hacía tanto, tantísimo tiempo…
que a veces le parecía que no se encontraba a sí misma. De tanto recorrer los pasillos, de
vez en cuando sentía que se mimetizaba con los estantes y su contenido.
Llegaba con el alba y se iba a la hora de los fantasmas. Conocía y amaba cada tomo,
cada revista, cada novela. Les había acariciado, retirado, quitado el polvo y vuelto a
acomodar en sus sitios, cientos, miles de veces; de memoria, casi instintivamente
ubicaba los huecos que ocupaban.
Podía describir cada ejemplar con los ojos cerrados, solo con tocarlos u olerlos. En sus
manos los libros estaban siempre seguros, primorosamente cuidados y eran
profundamente adorados.
Cada vez que un comprador salía del establecimiento paquete en mano, se le hacía un
nudo en la garganta, le temblaba el labio inferior hasta que se lo mordía para acallar el
lamento que pugnaba por brotar, se le crispaban las manos y sentía que se le desgarraba
el alma por lo que hubiera podido saber.
Ya es hora, se decía en esos terribles momentos, ya es hora. Pero su trabajo era lo
primero, por eso nunca encontraba el tiempo necesario como para aprender a leer.
El dragón alado
Una mañana de verano un dragón alado encontró una niña llorando en la playa, ¿qué te pasa
querida niña?, ¡me he perdido y no se llegar a casa!. El dragón apenado por ella, subió a la niña en su lomo
y la llevó por el aire hasta llegar a un
pueblo muy bonito engalanado y preparado para celebrar sus fiestas. Los habitantes
del pueblo quedaron muy sorprendidos al
ver con la suavidad que el dragón
depositaba en el suelo a la pequeña Paula, desaparecida hacia unas horas.
Todos los
vecinos entusiasmados invitaron al
dragón a quedarse y disfrutar de los
juegos y actividades que habían organizado.
Los papas de Paula eran los panaderos del pueblo agradecidos con el dragón le regalaron muchos pasteles y lo propusieron como
hijo predilecto.
El dragón muy contento y lleno de alegría se hizo
amigo de todos y se quedó unos días.
Paula encariñada con el dragón quería
que su nuevo amigo se quedara para siempre, pero el dragón tenía que seguir su viaje, y allí a lo lejos
detrás de las montañas y del mar, estaba su familia esperándole.
La tristeza inundó
los ojos de Paula, y el dragón emocionado se despidió y le dijo que todos los
años, el día de la fiesta, mirara hacia el cielo.
El dragón se
marchó volando y todos los años el mismo
día, una silueta de dragón
revolotea alrededor del pueblo como
recuerdo de amistad y todos reunidos se ponen a bailar.
Esencial
Pierdo el hilo de mis
pensamientos si eres tú quien los enhebra y el momento de quedarme tal vez para siempre,
en esta tregua. Que contigo en la misma mesa, o ciudad, o continente, es
imposible concentrarme en cualquier otra cosa que no sea esa comisura encerrada
en promesas, o esa mirada asomando entre mis rejas. Yo lo intento, lo prometo,
no seguirte, no pensarte, pero las adicciones no se superan de un día para
otro, quizá bajando la dosis poco a poco sería menos complicado olvidarte. Pero
es que cuanto más te escribo entre mis líneas, más acierto al pensar que aún no
quiero rehabilitarme, que me quedan un par de ases en la manga para atraerte
hacia mi jugada maestra. Empecemos por algo fácil, en esto sabemos recrearnos
los dos: deja las políticas correctas por un momento, y seremos más que
incorrectos por una noche. A ver si de una vez entiendes que hace tiempo que
esto se nos fue de las manos y que como querría
Antoine de Saint-Exupéry, eres invisible a mis ojos, porque para mí eres
esencial.
Nunca supo quien era
Le iba la vida tras cada “me gusta”. Necesitaba del halago aunque fuese falso y
mejor si además era exagerado; sólo vivía cuando los demás leían sus “páginas anónimas”.
Miserable existencia la suya, inventando sentimientos que no conocía, lectura en ratos libres
de quienes si los habían vivido.
Nunca supo amar y menos que era ser amado realmente, esquivó la realidad tras sus
ficciones; esperando a aquella que era como él, UNA MENTIRA.
Murió sin saber quién era, nunca firmaba con SU NOMBRE.
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