El despertar

Después de años de conflictos por fin se habían puesto de acuerdo. Había costado mucho persuadir a los hipopótamos, pero allí estaban, expectantes todos. Vieron cómo la nube de polvo estaba cada vez más cerca. Sentían el suelo temblar bajo sus patas. Esta vez el convoy era más numeroso, ya de por sí numerosos en los últimos años. Todos lo miraban a él, esperando su señal y él asintió agitando su melena.

Espejo

-¿Cómo consigues que tu hijo lea? –Le preguntó con el móvil en la mano.

Y ella alzó la vista del libro para responderle.

Espejos

Miras a través de una ventana pensando que es un espejo y te das cuenta de que lo es en realidad, que tú eres el mundo, los tejados dibujándose bajo el sol, la ciudad entera enmarcada en yeso blanco; los hombres, esos hombres descargando un camión de fruta, el universo palpitando, y ya nunca vuelves a mirar un espejo de la misma forma.

Preticor (Categoría Juvenil)

Definición oficial: nombre que recibe el olor de la lluvia al caer sobre los suelos áridos.

La vida cuando por fin sale el sol después de una larga tormenta.

Aprender a ser feliz incluso en los peores momentos.

La sensación de estar en un lugar en calma, como si todos los problemas se hubieran esfumado por un momento.

Etapa de la existencia humana en la que empiezas a ver algo donde no había nada.

Es justo ese olor después de un día lluvioso de invierno, y no te creas, no está mal.

Tormentas que se llevan todos los males a su paso para traer frescura, dar paz, curar todas las heridas, y tapar todas las cicatrices.

Citas de los libros en los que empiezas a llorar de alegría, en medio de una profunda tristeza. La fuerza que un día sacamos de la nada.

La revolución, el cambio, el empezar de cero, el amor, la tranquilidad, la sintonía entre tú y tus sentimientos.

Tú, si, tú, que estás leyendo esto, eres el petricor en la vida de muchas personas.

Eres esa persona que costaría una fortuna comprar, pero algunos se arruinarían por tenerte.

Cuando estés triste, recuerda que si tú no hubieras nacido, no habrían pasado cosas increíbles.

Valora a tu petricor.

Quédate con la persona que diga un “te aguantaré incluso cuando seas insoportable”, la persona que diga sí, y sea sí, la persona que te regale siete letras. Quédate.

El por qué perdido (Categoría Juvenil)

Un día de verano, mi mejor amigo y yo estábamos jugando tranquilamente algo alejados del banco en el que se encontraban nuestros padres hablando y se acercó hasta los columpios un hombre mayor, de tez pálida, muchas arrugas y de pelo canoso.

Tocó la espalda de Lucas, que dio un respingo espantado, y atrajo nuestra atención. 

-Disculpad, he perdido algo, ¿podéis ayudarme a encontrarlo? 

Su voz se notaba triste, Lucas y yo nos miramos entre nosotros interrogantes, y asentimos. 

-Veréis, he perdido un por qué. Un motivo, algo así como una explicación, y nadie sabe dónde está, ¿podéis preguntar por ahí si alguien lo encuentra? 

Asentimos de nuevo, sonriendo, dispuesto a comenzar la búsqueda de ese tal “por qué”. 

-Disculpe- dije tirando de la chaqueta de un chico joven que iba con su pareja- ¿ha visto usted un por qué perdido por aquí?- nos miró extrañado y se echó a reír. 

Esa fue la reacción de la mayoría de las personas a las que preguntamos, o simplemente pasaban de largo y nos ignoraban. 

Cuando ya casi nos habíamos rendido, preguntamos a una chica de mediana edad que estaba con su cámara haciendo fotografías, esperando ser ignorados, como anteriormente. 

-¿Para qué buscar un por qué? Las cosas no tienen que ser lógicas para hacerte feliz, no debes una explicación de nada a nadie. 

No llegamos a encontrar el por qué perdido, pero desde aquel día, quien me quiere, lo hace sin preguntas, y a quien me importa, le quiero sin respuestas.

La tontuna del día

Sencillamente la cosa no es tan tonta como parece. Es más. Retrotraerme a una situación tan surrealista, rocambolesca e ilógica, me produce tal ataque de risa que mis poros comienzan a supurar tinto de verano. Y es que el hecho de mordisquear, como el que no quiere la cosa, un limón bien madurito, de esos que te hacen guiñar los ojos cual cierto apretón intestinal, el extender sobre mi dermis una buena cantidad de gaseosa bien carbonatada y burbujeante con el único objetivo de refrescar mi persona a la par que un cosquilleante placer se me propaga en forma de colleja bajo los abuelillos de mi nuca, debajo de mi cabello, y el finalizar el ritual lavándome los conductos auditivos con un brick de marca blanca de tintorro, económico y bien agradecido ante emergencias culinarias de último momento por aquello de que viene la tía Paca con las rebajas y “el Malolo” a comer; todo ello, al encontrarse en plena rotonda del scalextric estomacal, genera una reacción químico-compulsiva que, los innumerables poros que abarrotan la primera capa dérmica, comienzan a segregar un litro y tres cuartos de tinto de verano haciéndome recordar una de las fuentes de los jardines de Aranjuez. Y ahí me tiene usted, frente al espejo embadurnado de churretes de dicho maná líquido-estival, pensando qué hubiera sucedido si en vez de saciarme del ácido limonero me da por restregarme por las axilas, a modo de desodorante, una guindilla picantona.

Azul cielo, azul mar

El niño desde la atalaya del rompeolas miraba el horizonte donde una gaviota miraba el mar, en el cual un pescador miraba el cielo que en el horizonte se fundía con el mar. El niño miraba un lucio que en el mar nadaba, la gaviota buscaba un lucio que el mar cruzaba y el pescador buscaba el lucio que el niño miraba. La gaviota y el pescador vieron el lucio que el niño miraba. El niño vio a la gaviota que el cielo cruzaba para pescar el lucio que el pescador anhelaba. El pescador miró a la gaviota que el niño miraba. Niño, pescador y gaviota miraban al lucio que el mar cruzaba. La gaviota agachó el pico y cruzó cielo y mar para pescar al lucio marcado. El pescador maldijo su suerte, cuando del cielo cayo el lucio del pico y en la barca quedo quedó el pescado pescado. El pescador miraba el lucio que en su poder hallaba, la gaviota miraba al pescador que el lucio guardaba. El niño miraba el cielo y el mar. Y el lucio que antes nadaba ya no miraba nada.